
Me río del mundo que nos anima a huir del sufrimiento. Que nos vende el concepto de dolor como un estado que nos hará trizas imposibles de reconstruir. Esta idea nos vuelve vulnerables y nos arrebata el poder de SER y su naturaleza de creación y transformación continuas. Buena jugada.
No quiero pertenecer al mundo del miedo, a ese que te paraliza para no experimentar. Si no experimento no evoluciono, y si no evoluciono, qué sentido hay…
El miedo es producto de la rigidez y la ausencia de amor. Cuando algo rígido se relaciona con lo externo, ante una tensión, colapsa y rompe. Sin embargo, lo flexible se moldea y adapta. Podemos doblarnos, incluso doblegarnos, ante nuestras propias emociones. Rendirnos, también a nosotros mismos, sin romper. Sufrir sin miedo, sentir y retorcernos, para recompornernos luego más fuertes y seguros de quién somos.
En esta rueda ‘todo cambia’ ni la euforia ni el dolor duran siempre. En esta experiencia de dualidad,
los opuestos son nuestros maestros, y el reto es integrar ambos en nuestra vida. Si intentamos rechazar uno de ellos, el desequilibrio campará a sus anchas.
¡Viva la tristeza! Disfrutar de los días de manta y película, de las lágrimas y el desasosiego. Reírse de la tristeza, con la tristeza, pues es nuestra aliada. Un modo de transición entre estados de hoja caduca.
La conciencia y la aceptación del dolor facilitan los procesos de transformación.

Abraza tu dolor, sufre tus emociones más oscuras, mira a la cara a tus pasiones, y reconócete! Nunca niegues tus bajezas, tu debilidad, tu ignorancia. Entrégate al sufrimiento de descubrir lo escondido. Qué belleza, qué calma…
Aceptar, aceptar y hacerse humilde. Vivir los procesos de anagnórisis interna. Llorar y limpiar, hasta que baje la fiebre. Los monstruos sólo desaparecen con ternura. Habitar la tristeza con la certeza de ser pasajera y maestra, y agradecerla por ello.
Nota: El sufrimiento se evapora generando amor en el proceso de aceptación de nuestras miserias.