‘Exigir’ ha sido siempre un término que me ha provocado sarpullido. Cuanto más sentía que me exigían algo, más me separaba de conseguir dicho objetivo. Esa dinámica de rebeldía partía de mí. La exigencia era una forma de relación conmigo demasiado profunda, aunque mis acciones no lo reflejaran siempre.
Exigir un objetivo sin apreciar el camino que se transita para alcanzarlo, es una bazofia ortodoxa de cualquier tipo de pensamiento radical. Así mismo, exigir a otro un lugar donde llegar, aun adornado con bellas palabras, es una forma de coacción.
Sin embargo, a veces pienso que nos hemos hecho ‘blandengues’, que hemos caído en el camino fácil. Queremos realizar el mínimo esfuerzo para conseguir la máxima recompensa. Y cuando esto no sucede… nos frustramos. Hay un nivel de exigencia para con nosotros mismos que radica en el compromiso que nos une a nuestros pilares de vida.
¿Pilares de vida?… ¿eso qué es?. Aquello que construye nuestra existencia, aquello por lo que debemos estar dispuestos a no decaer nunca: nuestro propósito existencial, la gente que más apreciamos a nuestro alrededor, un ideal ético, nuestra entereza como seres humanos…. Llámalo X, tú decides, tú eliges, pero ¡elige!. Constrúyete tu vida, créala, pensando, haciendo o deseando aquello que quieras, que refleje tu verdadero SER, tu mayor potencial, que te haga sentir increiblemente bien. Y exígete a tí mismo ser fiel a ello.
Que llueve, pues estate preparado para mojarte. Que echan por tierra tus esfuerzos, pues escucha a tu corazón y defiende lo que eres con uñas y dientes. Que suceden épocas de crisis, pues que sirvan para reafirmarte en lo que crees. Pues hay cosas, que ni el dinero, ni los alhagos, ni los golpes y las caídas, pueden hacerte olvidar. Exígete hacerte fuerte en quien eres. Exígete SER. No por ego, reconocimiento o miedo, sólo por amor, hacia ti mismo y hacia los demás.
Nota: Aquello de lo que te CONSTRUYES es indestructible siempre que esté hecho del mismo material que lo que ERES.